4.06.2009

fragmentos en el patio 1

el negro y el hombre de azufre:

yo soy lucumí, compay, a mí los santos me respetan. el hombre color azufre se extiende entre las sombras del patio, dispuesto a creerse su propio invento de voz prestada. y yo soy abakuá, 'sere, así que escha pa'llá, responde el negro teñido de sol, abriendo de un apretón la papaya madura, apoderándose del patio, refugiado en la sombra de las arecas.

las viscosas semillas saltan y se pegan a las manos del negro, manos de dedos largos, palmas blancas y secas, llagadas. el negro es así porque no nació ni amarillo ni rojo ni desteñido. el negro es aromático, no es insípido ni tampoco inodoro como el hombre de azufre, que camina por el patio dando vueltas como un trompo tonto. el hombre de azufre se quita y se pone la camiseta con el número 16 en la espalda varias veces, y se la avienta al negro en desafío. al negro la naturaleza le pertenece. sabe que la jungla se hospeda en su pelo y que de su piel brota la música, por eso, porque le apetece hacerlo levanta la papaya y la acerca a su boca roja. el negro se ríe y deslumbra al miedoso hombre de azufre con su cajetilla de dientes blancos y perfectos salpicados de semillas de papaya en las encías moradas. el negro despide ráfagas de grajo y de cuero, de piel curtida y pestañea sus ojos bellos. él es tierra y es petróleo, fósil vivo. el negro no es de azufre, qué va, el no es invento químico. el negro es pura biología y, si quieres más, es erupción volcánica a todo dar, el mejor conductor de calor del mundo, cabilla dura y dispuesta, 'sere, elekuá, changó... tú, azufre, tú no ere ná de ná…

el blanco de los ojos del negro se entorna y se escucha el chupar lento y jugoso de sus labios. el hombre de azufre maldice y se aleja porque él no tiene semejante bemba que sepa chupar jugos tropicales así, con deleite de abandono. por eso huye, ardiendo de despecho y nos pasa por al lado a mí y a milagrito, dejando un desagradable rastro de gases sulfurosos por todo el patio. el negro lo ignora y chupa el néctar sin pensar en el infierno ni castigos semejantes. el hambre puede más, como pudo más la curiosidad del gato muerto, el hambre siempre puede más. el hombre azufre lo comtempla envidioso, malhumorado y maloliente. el negro se burla del hombre de azufre que se quedó sin papaya por no atreverse a robarla y lo espanta de su rostro como a un molesto mosquito. el hombre de azufre cae de repente, sacudido por murmullos e invocaciones a santa bárbara, ay ochún, changó, la virgen puta. la dueña de todas las papayas.

© omu/de la antología En el ojo del viento: Ficción latina del Heartland 2004

esquiZofreniaSonora...

¿me llamaron...?