5.10.2015

mamiyo

entraba yo a mi cuarto de jugar tennis aún con la muñequera, el pelo sudado y el perenne botoncito de la bandera cubana por el que me dio fuerte allá por los late70s y ella me miró con sus ojos avellana y sonrió como si supiera el más recóndito secreto que ya guardaban los míos. porque la carne y la sangre se comunican sin hablar, a tantos niveles y sin pausas. sí, seguro lo presentía, pensé dejando caer la raqueta y arrancándole la cámara al trípode y acercándome a ella que mientras sacudía mis estantes buscaba pistas del por qué yo tan rara, huidiza, independiente, bocona, fotoartistoide, poeta de pésimos versos inescrutables y rebeldeSINcausa "si te salvamos de Cuba a tiempo". mi secreto entonces me temblaba en todo el cuerpo del ansia hecho deseo que me causaba, pero perderla a ella era inconcebible, ella y su regazo de senos generosos y sus besitos matutinos con el café con leche, y sus regaños lentos e hirientes, sus manos de uñas pulcras y su pelo abundante y tupido, oliendo fresco y a madre. a madre brava y valiente, bocona, independiente, arisca y huidiza. con la cámara en mano la empujé frente al espejo y le dije, venga, vamos a hacernos un autorretrato. y se dejó y se acercó con esa sonrisa leve que es ya tan mía mientras me abrazaba, porque aunque ya se imaginaba mi secreto, yo era su hija y ella mi madre y éramos las mismas, verso a verso frame by frame cara a cara. 

pero eso, lástima, me tomaría años aprenderlo. y a ella también. años y secretos varios para llegar aquí, donde sólo reina la verdad de la vida, su transcurrir herido siempre de muerte, carne y sangre a viva voz entre madrEhija siempre una. un solo reflejo en cada espejo.